En primer lugar, gracias a Dios “tenemos vida y nos movemos y existimos”. Sin duda, al darnos la vida ha demostrado su interés amoroso por nosotros.
Lo más importante es la fe que mueve la vida de las personas en dirección a Dios y las lleva a practicar acciones que mejoran las relaciones entre las personas y a convertir a las sociedades en más justas y humanas.
Si estamos demasiado pendiente de nosotros mismos no podemos descubrir la voluntad de Dios sobre nosotros. Necesitamos descentrarnos de nosotros. Dios tiene que ser el centro de nuestros intereses y proyectos. Es necesario descubrir la presencia de Jesús en los que nos rodean y sorprendernos por las realidades que salen a nuestro paso cada día.
Necesitamos abrir nuestro corazón al Espíritu, que hace nuevas todas las cosas cada día, que pone su novedad y creatividad en nuestros corazones y que nos va preparando para transformarnos cada día en una criatura más apta para el Reino de Dios, que puede mostrar la presencia de los valores del Evangelio, si dejamos que sea Él quien nos vaya modelando en el silencio y en todos los momentos de la vida.